Ahora que acaban de cumplirse 69 años de
su nacimiento, RECUERDO...
Aquella noche que pasamos con una de las
viejas glorias, “leyenda legendaria” del rock sevillano y una de las personas
más influyentes en las nuevas generaciones de aquellos que siguen queriendo
hacer rock and roll en estado puro y tradicional, huyendo de todos esos
arreglos de estudio orquestados al uso. Estamos hablando de Silvio.
Esa noche del año 89, tras finalizar
unos exámenes, habíamos ido a tomar unas copas al Bourbon, uno de los garitos
más populares de la movida sevillana por aquel tiempo. Para los que no lo
conozcan, les diré que es un pub de corte rockabilly, ubicado en pleno corazón
de la ciudad.
Me acompañaban, mis compañeros de piso
de estudiante y otro más, que recién finalizados sus estudios en Cádiz, había
comenzado a trabajar en Sevilla (L.M,
J.T y el Q).
Una vez allí, y después de unas birras, apreciamos que tras
una cortina de humo se podían percibir unas sombras que correspondían a unas personas
que estaban conversando. (O al menos,
eso parecía, pues, como recordarán, en esa época se fumaba en todos los bares y
a veces, en el interior de algunos locales, se tenía la sensación de haber entrado
en algún tipo de estado confusional
profundo). Cuando el humo se disipó momentáneamente, dejó entrever la figura de
Silvio. Todos en Sevilla conocíamos a este rockero, de aspecto decrépito,
debido a su dependencia al alcohol, pero que continuaba participando en
conciertos, eso sí, sólo por Andalucía.
Se trataba de un personaje digno de considerar por su particular historia en el
mundo del rock, por sus aportaciones y por el tipo de espectáculo que solía
llevar a cabo, en el que siempre conectaba de forma especial con el público,
provocando un acercamiento mágico, fuera de lo común. Ese mismo público que le iba a perdonar que, a menudo, no empezara, o tardara en hacerlo,
o que no pudiera acabar su repertorio, debido a su estado de alto grado de
embriaguez etílica). Pero a pesar de todo, no dejaba de ser un espectáculo que,
de forma generalizada preveíamos los asistentes y aún así acudíamos, porque
sabíamos que, como Curro Romero en el mundo del toreo, en algún momento, nos
encontraríamos algo auténtico, como solía pasar.
Silvio estaba hablando con un par de
personas. Una de ellos ataviada con un atuendo rocker, normal para el entorno. Pero
el otro, tenía un aspecto diferente, con la cara cubierta de pelo, dejando ver tan sólo
sus ojos entre el cabello largo y la espesa barba. Remangada la camisa, dejaba
a la vista, algún que otro tatuaje, de los de corte tradicional, de los de
antes, con ese tipo de belleza estética
que no serviría de modelo para los tatto de hoy día, los que habitualmente
lucían aquellos a los que la vida había maltratado o habían sucumbido a la drogodependencia
emergente de la época. Iba vestido como
un soldado, por lo que desde entonces le llamamos el legionario.
En un momento dado, vimos que el rocker
que los acompañaba se iba, dejándolo sólo con el legionario. Aprovechamos para
acercarnos y tomarnos una copa con ellos.
No me acuerdo demasiado de la conversación que mantuvimos. Pero sí
recuerdo que lo pasamos bien, contando
chistes, diciendo tonterías y escuchando la particular filosofía de la vida de
nuestro contertulio. Y sobre todo, de lo que estaba diciendo Silvio acerca del legionario, ya que éste lo tenía “hasta
el gorro”, de lo que nosotros éramos testigos, dada su pesadez. Esto provocó
que empezáramos a conspirar para perderlo de vista. Y así lo hicimos, llegado
el momento en que éste se fue al servicio, todos nosotros (incluido Silvio)
aprovechamos para salir corriendo del bar, dejándolo allí.
Una vez en la calle, pudimos respirar.
Decidimos ir a Triana. Íbamos cantando
por la calle, entonando canciones de Silvio, en las que él participaba como le
daba la gana.
Sin embargo, cuando ya llevábamos un
rato caminando, escuchamos unas voces a lo lejos. Cuando miramos hacia atrás,
no podíamos creer lo que estábamos
viendo. Era el legionario que nos gritaba diciendo que lo esperásemos.
Nos llevamos a Silvio corriendo,
mientras el legionario, sin dejar de gritar, corría tras nuestra, y no fue
hasta finalizar el recorrido por las Siete
Revueltas, que logramos perderle de
vista.
Tras la carrera, continuamos hasta un
Bar de Triana, situado en la calle Pureza, (no me pregunten el nombre), donde
continuamos la noche hasta el alba. Nosotros solíamos ser personas con bastante
aguante, pero llegadas ciertas horas, teníamos ganas de descansar. Insistíamos
en que se fuera a acostar, pero él nos decía que ya no, que era de día. Después
lo acompañamos a un Bar situado en Reina Mercedes o Virgen de Luján (no
recuerdo bien), regentado por una china, tras lo cual nos dirigimos al Centro y
con escusas de todo tipo, nos despedimos
en la Puerta de Jerez. Allí, volvimos a insistir en que se fuera a acostar,
pero él volvía a decir que no, que le venía bien permanecer despierto, ya que
tenía que grabar un disco. ¿Un disco? ¿Tienes que grabar un disco?, preguntamos
al unísono, ya que dudábamos que eso fuera verdad. ¿Cómo se podía ir a un
estudio de grabación en esas condiciones? ¿Cómo podría trabajar con él un
productor musical?. Tras esto, nos despedimos, estando casi seguros que si le
hubiéramos ofrecido un plan alternativo hubiera aceptado. Aún así, este fue el
momento de la despedida.
Posteriormente, lo pudimos escuchar en
su disco (era verdad, un año después apareció el álbum “En Misa y Repicando”). Había
sido grabado con Sacramento, su banda por aquel entonces, con la que había
vivido su época de mayor popularidad (que
no la de mayor esplendor, ya que desde mi punto de vista, prefiero los
anteriores álbumes). El resultado era un disco en su línea, que contiene tanto
sus letras surrealistas e improvisaciones, como el reflejo de su personalidad,
tan especial, tan oculta, de un Silvio venido a menos, deteriorado, sufrido,…pero
que intentaba reflejar en todo momento que la vida era una constante fiesta, a
la vez que hacía suyo el refrán de “quien tuvo, retuvo”. Pero, realmente, lo
positivo es que más allá de su vida marcada por el deterioro sucesivo y la constante
búsqueda inconsciente de autodestrucción hasta su final, su música perdura y
sobrevive, está viva y continuará estándola siempre y él será recordado como
creemos que querría serlo: sin lástima.
Larga vida la rock and roll. Enhorabuena, Silvio por haber formado parte de
este mundo y por seguir haciéndolo.
Si alguien recuerda algo más o quiere
corregir algo, que hable ahora, …………………o calle para siempre (bueno, tampoco es
necesario llegar a ese punto).